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Ataque Inesperado

El timbre de la puerta sonó. Me apresuré a abrir, el corazón me latía acelerado; seguramente era Miguel, que se acordó de mi cumpleaños y había venido a invitarme a almorzar.

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Tomé unos segundos para acomodarme los jeans que tanto le gustaba verme puestos; “aunque a mí me gusta más cuando me los quita”, pensé. Eché una última mirada al espejo. Noté que el elástico del jockstrap se marcaba por debajo de los ceñidos pantalones.

A Miguel le encendía verme con jockstrap. Me decía siempre al oído: “cabrón, me gusta cómo se te marcan las nalgas desnudas bajo el pantalón. Me pones bien cachondo”.

No me puse playera, me gustaba siempre recibirlo semidesnudo, casi listo para la acción.

Respiré profundo y abrí la puerta mostrando la mejor de mis sonrisas.

Sin embargo todo cambió de improviso. No bien había abierto cuando alguien desde afuera empujó con fuerza haciéndome perder el equilibrio.

Alcancé a ver a tres hombres enmascarados. Uno de ellos, el más fornido, me tomó por las muñecas y me hizo señas que no gritara. Mi primer impulso al verme inmovilizado de las manos fue atacar con los pies, pero para entonces el segundo individuo se colocaba detrás de mí y me abrazaba por la cintura jalándome hacia él para evitar que mis patadas alcanzaran su objetivo.

Era increíble la fuerza con la que me sostenían. En un dos por tres me habían inmovilizado por completo. Más me sorprendió cuando sin aparente esfuerzo me cargaron y me llevaron hasta el garage de la casa. Para entonces el miedo me tenía paralizado. Quise gritar pero sólo pude decir unas cuantas palabras. Les pregunté qué querían de mí; les dije que no tenía dinero, pero ellos sólo se limitaron a reír, haciendo que mi miedo aumentara.

Me sorprendió que el tercer hombre, que hasta ese momento no había hecho nada, se acercara a la caja de herramientas, como si estuviera familiarizado con el lugar, y sacara unas cadenas. Fue hasta donde estaba una columna de metal que era parte de la estructura del techo, y de allí las colgó.

Después el hombre fuerte me levantó y me llevó hasta ese rincón. En unos segundos quedé con los brazos levantados encadenado al techo.

Seguía sin entender lo que estaba pasando. El terror se apoderó de mi cuerpo. Comencé a temblar incontrolablemente y sentí una lágrima correr por mi mejilla.

Les rogaba que me soltaran, pero ellos seguían sin pronunciar palabra. Les hice una y mil preguntas sin lograr respuesta alguna.

Para acallar mis lamentos uno de ellos tomó un trozo de tela y me lo amarró alrededor del cuello tapando mi boca. En segundos otro pedazo de tela me privaba de la posibilidad de ver.

Todo quedó en completo silencio, sólo se escuchaban de vez en cuando el ruido de las cadenas que me aprisionaban. Me encontraba aterrado, mi confusión no tenía límite. Por un momento pensé que podía tratarse de una venganza, pero deseché la idea en seguida pues con nadie tenía deudas pendientes.

La oscuridad y el silencio a mi alrededor comenzaron a hacer mella en mi capacidad de resistencia y control. Fue entonces cuando volví a sentir los brazos fuertes que se afianzaban a mi cintura mientras unas manos comenzaban a desabotonar mi pantalón; fui también despojado de mis botas y mis calcetas.

Comencé a tirar patadas de desesperación, colgando todo mi peso en las cadenas que aprisionaban mis brazos, pero el hombretón que me tenía atrapado por la cintura pasó sus brazos hasta mi abdomen pegando mi cuerpo contra el suyo.

Tendría que haber sido inmune al contacto de otro cuerpo para no sentirme turbado con el abrazo de este mastodonte. Me asaltaron sentimientos encontrados; el abrazo candente de ese cuerpo parecía excitarme más que el miedo que éste me producía. Sin saber porqué me sentía más protegido que amenazado en medio de esa masa muscular que me envolvía.

Me sorprendió sentir que mi miedo iba desapareciendo. Una ligera corriente de aire me hizo percatar que ya había sido despojado de mis pantalones. Lo único que me quedaba era el jockstrap que cubría sólo la parte frontal de mis genitales dejando al aire mis desnudos glúteos.

Increíblemente mi cuerpo continuaba relajándose; a pesar de mi desnudez, me sentía envuelto por un calor sofocante. Mi respiración, por el contrario, se tornaba agitada; sentí alivio cuando uno de mis captores me quitó la tela que cubría mi boca. Inhalé profundamente.

De pronto sentí el asalto súbito de una boca sobre mi pecho. Me estremecí cuando unos dientes se cerraron alrededor de mi pezón. La sorpresa y el repentino dolor hicieron que me agitara bajo las cadenas.

Después todo retornó al completo silencio, mientras mi pezón seguía punzando por el ataque; fue entonces cuando sentí que mi otro pezón era atacado inmisericordemente por una serie de besos y pequeños mordiscos que fueron elevando su intensidad hasta que el dolor volvió a sacudirme; entonces la caricia fue interrumpida otra vez.

Alguien por atrás comenzó a separar mis piernas sin que yo pusiera resistencia. Sentí el aliento quemante de una boca que soplaba ligeramente sobre mis nalgas. Después pude distinguir la humedad de su lengua que comenzaba a abrirse paso entre mis glúteos.

Con ansia incontenida recibí la caricia; mi cuerpo temblaba incontrolable y esta vez sabía que no era de miedo. Los brazos fuertes me envolvieron otra vez, pero en esta ocasión por enfrente. Para sorpresa descubrí que este hombre se había desnudado y pude sentir su cuerpo musculoso acariciar mi piel. Su daga completamente engrosada trataba de abrirse paso entre mis piernas por debajo de mis testículos. Pude incluso apreciar las medidas exageradas en longitud y grosor de ese miembro. Entre la bruma de la excitación y la incertidumbre se me ocurrió preguntarle quién era, pero mis labios recibieron por respuesta un beso largo y apasionado. Intenté reconocerlo, pero no recordaba haber sido besado antes con tanto fuego y vehemencia.

Saboreaba con lujuria esos besos cuando me percaté que alguien se colocaba entre nuestros cuerpos. Sentí la calidez de una boca que trataba de abrirse paso entre la tela de mi jockstrap para hacer contacto con mi engrosado falo que, perdido en los confines de la rasposa tela, destilaba el elíxir de la virilidad. Luego noté que la ávida lengua hacía contacto directo con la cabeza de mi erección.

Sin necesidad de despojarme de esta única prenda, sentí que mi miembro y mis testículos eran expuestos hacia el lado izquierdo. En segundos mi miembro era enterrado en los confines de una cavidad húmeda y quemante. Sentí cuando la punta se incrustaba hasta adentro haciendo contacto con la garganta del atacante. Comencé a gemir de placer.

La lengua del otro individuo seguía concentrada en su labor entre mis glúteos; la experiencia del beso negro me iba llevando al borde de la locura, mientras el grupo de seis manos me recorrían sin dejar rincón sin explorar. Jamás imaginé que mi cuerpo estuviese cubierto por tantas zonas erógenas.

Mi piel se fue perlando por el sudor. Los continuos estremecimientos parecían llenarme de energía, aunque mi cuerpo se contorsionaba con dificultad atrapado entre los tres atacantes; ya no me importaba quiénes eran sino la destreza con que realizaban su faena.

Las caricias sobre mi cuerpo fueron aumentando su intensidad a medida que pasaban los minutos. Cada fibra de mi ser era sacudida por descargas continuas de adrenalina.

Una vez más hicieron una pausa, podía escuchar los movimientos de sus cuerpos al irse despojando los otros dos de sus ropas; en segundos sentí el abrazo al unísono de tres cuerpos fogosos que se adhirieron a mí y comenzaron a friccionar sus engrosados puntales sobre mi cuerpo. Por enfrente uno de ellos tomó mi miembro y el de él entre su mano y comenzó a jalar de arriba abajo, mientras el segundo golpeaba mi glúteo derecho con su miembro erguido. El tercero hurgaba con su daga el área entre mis turgentes nalgas. Pude reconocer a este tercero como el hombre musculoso que segundos antes me había hecho temblar con sus besos ardientes. No podía definir cuál me gustaba más, pues cada uno parecía dispuesto a dar lo mejor de sí en su tarea asignada.

Mi sudor se estaba mezclando con el de ellos, que se hallaban completamente mojados facilitando la fricción ardiente de nuestros cuerpos. Una punzada en mi trasero me hizo enfocar mi atención al falo grande y grueso que buscaba abrirse paso a mis entrañas; a pesar de querer sentirlo dentro no podía dejarme llevar por mis instintos; pero el grupo lo tenía todo bajo control pues escuché que aquél se estaba colocando un condón.

En segundos sentí la punta de aquella masa de carne tratando de penetrarme con arrebato. Un dolor agudo me hizo gritar involuntariamente, hice un movimiento brusco para tratar de liberarme de la abrupta penetración pero los tres hombres me lo impidieron. Para evitar que me zafara aquel hombre me envolvió con sus brazos mientras los otros dos continuaron acariciándome hasta lograr que mis músculos se fueron relajando otra vez.

Uno de ellos buscó mi boca y se pegó a mis labios, succionando con fuerza. El otro se agachó frente a mí, bajó el elástico de mi suspensorio hasta liberar mi miembro, que comenzó a chupar con pasión desbordante. Justo en eso volví a sentir presión en mi trasero; esta vez el intruso se fue dando cabida hasta internarse en lo más profundo; una vez dentro, comenzó a moverse con arremetidas profundas y prolongadas que sólo lograban exacerbar mis sentidos. Fue tanta la pasión que me consumía que mordí con fuerza los labios del que me estaba besando produciéndole un dolor que pareció encenderlo más, atacando con furia mis carnosos labios.

Mi cuerpo se convulsionaba ante la magnitud de mi excitación. Tomando impulso con mis manos encadenadas lancé mis piernas hacia atrás hasta que mis pies quedaron enganchados a las pantorrillas del que me penetraba, mientras que el que me daba sexo oral no se desprendía ni un segundo de mi palpitante erección. Bastaron unas cuantas arremetidas por ambos lados para que en cuestión de segundos me viera atacado por una serie de convulsiones que zarandearon todo mi cuerpo. En ese momento mi miembro fue liberado y comenzó a expeler su carga viscosa en una serie de disparos continuos que eran acompañados por estremecimientos. Un grito agonizante surgió de mi garganta y los espasmos de mi cuerpo parecían no ceder.

De pronto sentí el dolor que me producían las uñas de unos dedos que se clavaron a los costados de mi cintura; en eso noté que el miembro rígido clavado en mi trasero alcanzaba su máximo grosor, las piernas de mi atacante comenzaron a temblar y una fuerte sacudida me confirmó que él también había alcanzado la cumbre del orgasmo. Los tremores violentos que envolvieron su cuerpo obligaban al mío a volverse a estremecer. Una y otra vez mi cuerpo que aún colgaba encadenado recibía gustoso las descargas de adrenalina pura que me habían llevado al borde de la locura. Todo mi ser aguantó estoicamente la arremetida de la tormenta hasta que poco a poco fue perdiendo fuerza. Sólo se escuchaba el respirar agitado de aquel que trataba de recuperar el aliento.

Pasados unos minutos, cuando finalmente nuestras respiraciones volvieron a la normalidad, sentí que era liberado de las cadenas que me aprisionaban. Después fui levantado por un par de musculosos brazos que me condujeron a mi habitación y me depositaron en la cama. Esperé unos instantes; otra vez reinaba el silencio. Me quité la venda de los ojos y descubrí que me encontraba solo. A un lado de mi cama, sobre la mesa de noche estaba una flor con una tarjeta. Era de Miguel; en ella me decía: “Feliz Cumpleaños. Espero que hayas disfrutado tu regalo. Descansa y sueña, que yo pasaré a recogerte en la noche”