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Cazador Nocturno

Como cada noche de los últimos siete años Enrique se introduce en la oscuridad de las calles desoladas de la ciudad en los barrios del centro, siempre busca y también casi siempre encuentra. A veces necesita algo de hierba, a veces necesita algo de calor humano, otras veces solamente vaga sin saber lo que quiere obtener. Siempre ha tenido suerte de encontrar, ya sea algo, ya sea alguien, que le haga sentir aunque sea por breves minutos que en su vida hay momentos donde puede experimentar lo que significa estar vivo, y aunque la mayoría de las veces está latente el riesgo de poder salir lastimado porque se expone sin consideración alguna a situaciones de peligro, ello no le importa mucho porque la adrenalina que le provocan sus búsquedas nocturnas son más adictivas de lo que cualquiera pudiera imaginarse.

Cazador Nocturno
Cazador Nocturno

Va recorriendo una avenida, la cual conoce demasiado bien, sabe el momento exacto en que es bueno desaparecer de ahí, va como que viendo de todo, y pareciera que no está poniendo mucha atención a nada de lo que sucede a su alrededor; sin embargo, está observando; y observa con gran detalle a las figuras de cuerpos masculinos que deambulan en medio de las sombras iluminados tenuemente por la luz lunática, con la cual le alcanza para ver aunque sea un poco, algo de las facciones, o de las siluetas en movimiento. Sus entrañas sienten hambre, pero no de comida, sino del alimento que proporciona el contacto de piel con piel, tiene ganas de sexo, pero no de una relación sexual, sino de ese sometimiento violento que significa quizá perder algo de dignidad. Quiere humillarse, necesita ser humillado, no quiere compasión, no necesita amabilidad, implora agresividad.

Sigue buscando, sin saber exactamente lo que debería encontrar; sin embargo, sabe muy bien que teniendo enfrente lo que anhela, sabrá quizá por instinto, quizá por morbo, que ha encontrado lo que anda persiguiendo para ese preciso momento; porque cuando ello sucede, será que su corazón palpitará con gran fuerza, sin remedio y de modo inconsciente deberá mojar con su lengua sus labios, sucederá que sin darse cuenta estará temblando y será tan fuerte la emoción, que ni siquiera sabrá el modo en que debe controlarse. Mientras eso suceda, sigue caminando, el tiempo sigue avanzando, nadie logra suficientemente hacer que surja su interés. Por lo que se mete a una licorería para comprar alguna golosina que ayude a que su ansiedad disminuya un poco. Y de pronto sus ojos lo hacen fijarse en el hombre frente a las revistas.

No sabe qué verle más, si los brazos fuertes, o quizá fijarse en sus labios que parecen como si estuviesen a punto de dar un beso, o tal vez fijarse con detenimiento en la curva que hacen sus nalgas cubiertos de ese pantalón que pareciera ser su mejor arma de seducción. Se siente como desesperado porque no sabe cóomo lograr que lo mire aunque sea por un instante para que se dé cuenta de lo que le ha provocado con su sola presencia, pero el otro parece demasiado entretenido en la hojeada de la revista, pareciera que está totalmente absorto en las páginas, porque de otra forma no se explica cómo es posible que no se haya percatado de la pasión que le ha despertado en lo profundo de su ser. Su excitación es tan evidente que incluso siente que su respiración es muy fuerte que no entiende cómo es que todavía no lo ha escuchado respirar.

Decide pasar en seguida de él, Enrique cree que si no lo ha visto, que si no lo ha escuchado, al menos deberá olerlo al pasar, y si realmente se fija bien, sabrá que en su aroma aparte de la fragancia de la colonia de marca que ha echado sobre su pecho y cuello antes de salir a la calle, reconocerá el olor a deseo que brota de su fantasía más interna de querer ser tratado sin misericordia alguna al momento de ser penetrado. Pero el otro ni siquiera se ha inmutado, y él siente que se quema, como si de pronto se le acabara el aliento; pero necesita confrontarlo, su cuerpo y su mente lo han estado deseando: apariencia masculina agresiva, cara cuadrada con barba de candado, de estatura alta, cabello negro, piel blanca que contrasta con lo tupido de sus vellos negros que se asoman por su pecho y grande bulto en medio de sus piernas.

Si la vida ha permitido que se crucen sus caminos es porque está más que decidido que deben tener sexo -eso piensa Enrique- y toma valor para hablarle, lo ha decidido, debe provocarlo, se le acerca, y cuando por fin se voltea a verlo, cualquiera pensaría que su cacería sería victoriosa, pero el otro intempestivamente algo ha recordado y sobresaltado se ha marchado dejándolo con las ganas, con los deseos, y con la fantasía. Enrique se siente pesado, siente como si hubiese perdido el billete que le haría hacerse millonario en la lotería, su hombre se ha ido, pero su hambre no.

Por: Gabriel Aranda