FEATURE ARTICLES

Palabra y Omisión

La Pornografía

Por: Eder Díaz Santillán

Así es, vamos a hablar de la pornografía en diciembre. ¿Por qué no? La primera vez que vi a un hombre desnudo fue en las páginas de una revista para adultos que me encontré. No les puedo decir dónde, solo les puedo asegurar que no era mía y que yo tendría cuando mucho 14 años. Por los próximos cuatro o cinco años ese hombre fue protagonista de todas mis fantasías. Me lo imaginaba llegando a la secundaria para recogerme, llegando a la tienda en que yo trabajaba para comprar verduras, o simplemente llegando al rancho de mi padre dónde pasaba muchos fines de semana, y bueno, lo demás ya se lo imaginarán.

Después, fue el Internet, pobre de la computadora de nuestra casa. Lo bueno es que ni mi pa’ ni mi ma’ sabían ver el historial del browser, si no, olvídense. Actualmente sigo viendo pornografía de vez en cuando. Lo escribo porque de dónde vengo yo esas cosas no se hablan. Sería de lo más vergonzoso que alguien pudiera admitir, y la verdad es que yo no tengo vergüenza de ello. De chavo, a mi nadie me habló de cómo es el sexo entre un hombre y una mujer, mucho menos entre dos hombres. Por muchos años yo pensaba que dos hombres solo podían tener sexo oral, y eso era el sexo gay. Fue un amigo de la secundaria que me aclaró la situación, y me dejó con la boca abierta… ¿En serio se puede hacer eso? le pregunté. “Si quieres te enseño”, me contestó. “Mejor ahí muere” le dije.

Todo lo que aprendí de sexo después de eso fue a través de la pornografía y de mis primeras experiencias. Pobre de mi, la verdad es que fui muy dichoso de no contraer una enfermedad, porque las primeras veces todo lo hice mal. De hecho, sospecho que aun no sé navegar bien lo que es intimidad entre dos hombres.

Recientemente otro amigo me dejó con la boca abierta otra vez al aclararme que sexo entre dos hombres no siempre implica penetración. ¡Imagínate! Eder Díaz, a sus 34 años, bien viajado, con título universitario y abiertamente gay, no sabía que en una pareja estable tener intimidad no siempre conlleva penetración. ¿Por qué hablo de esto? ¿Por qué en pleno diciembre? Porque estas son fechas para estar con nuestra familia. Son fechas hermosas en nuestra cultura, y para mi que aun sigo siendo católico, son fechas de mucha oración y agradecimiento. Pero en estos días pienso, ¿quién es realmente nuestra familia? ¿Nos sentimos realmente en confianza con ellos? Yo la verdad no. Mis tíos y mis primos son de dientes para afuera, con unas pocas excepciones.

Pero tengo también otra familia. Amigos y amigas que no me juzgan y me abrazan en todo momento. Con los que puedo hablar del tipo de pornografía que veo, de cuando he tenido un ‘hook-up’ y de cuando he bajado Grindr a mi celular. Personas que me han demostrado siempre que tengo un lugar seguro en nuestras pláticas, y que al final cuando es necesario me dicen, “Eder, cuídate bien”, “no pasa nada, yo voy contigo a hacerte el exámen”, o “Eder, vales más que eso, por ahí no es”. A esa familia en estas fechas les quiero dar las gracias por no juzgarme, por apoyarme, por quererme y sobre todo por protegerme. Por abrirme los ojos, y por dejarme saber que no soy el primero que ha tenido esa pregunta, o que ha cometido ese “error”. Gracias a esos amigos que me han hasta regañado a veces por no confiar en ellos. Gracias a mi amigo que me dijo “para eso nos tienes, no seas tonto, aquí estamos para ayudarte, escucharte y siempre te vamos a querer”.

Alguna vez leí esto en un libro y se me quedó grabado, “en la vida no hay triunfos ni derrotas, solo se vive”. En estas fechas que siempre nos invitan a la reflexión, les dejo esa frase, que es una de mis favoritas. Dentro del ser gay yo siempre he encontrado muchas razones para sentirme avergonzado de mi, y dentro de la comunidad siempre hacemos sentir mal a otros. En la comunidad se glorifica al “masculino”, al “activo”, al “fit”, al que está joven etc., y corríjanme si me equivoco, pero generalmente se menosprecia al “femenino”, al “pasivo”, al “gordito”, y al que ya está en una edad avanzada. Yo quiero dejar de juzgarme a mi mismo, y te invito a ti a que también dejes de juzgarte y calificarte especialmente cuando es comparándote con otros.

Vivamos la vida, de la mejor manera para cada uno, y tratemos de no hacer daño a nadie. Creo que con esas bases podemos todos ser felices, sin vergüenza ya de quienes somos y de lo que nos gusta. Gracias por leer esta columna, gracias a los que me escuchan en la radio y gracias a todos los que han apoyado, escuchado, y compartido los episodios de mi podcast “De Pueblo, Católico y Gay”. Seguimos en el 2020 descubriendo más de nosotros mismos, y si Dios nos da licencia, seguiremos viviendo esta vida tan hermosa. De corazón espero que cada día, rodeados de más amor y de menos juicios.