By: Fernanda Hurtado, Paralegal, Bolour/Carl Immigration Group – www.americanvisas.net
Photo by: Skypixel | Dreamstime.com
The current political climate in the United States has brought profound instability to the Latino community, as the Trump administration continues to target undocumented individuals with policies rooted in fear and exclusion. Beyond the immediate humanitarian toll, these actions ripple through our economy and society. As someone who has lived with immigration at the forefront of my life, I want to offer a perspective that is often overshadowed.
The Latino community itself remains divided on these issues. Polls show that 42% of Latino voters supported Trump, despite his administration’s direct attacks on undocumented people. Even more paradoxically, some undocumented individuals have expressed approval of his deportation policies—policies that could very well upend their own lives. This contradiction forces us to confront a complex and painful question: What does it mean to be labeled a “criminal”?
For many within our community—particularly those who support Trump’s harsh immigration policies—a criminal is someone who commits violent acts like murder, rape, or drug trafficking. These are the very crimes Trump has invoked when speaking about immigrants at the southern border. Yet, in reality, crossing the border without documentation is enough to be branded as a criminal, to be stripped of dignity, and to be deemed undeserving of a life in the United States. This deliberate mischaracterization is nothing new—it is part of a longstanding effort to criminalize our existence, to dehumanize us, and to question our place in this country.
Xenophobia masquerades as law and order. We have seen ICE infiltrate our communities, ripping people away from their homes, workplaces, churches, and schools. The criminalization of Black, Brown, and immigrant identities is not unique to Trump, but his rhetoric and policies have emboldened this systemic persecution. He has normalized the use of words like “illegal alien” to reduce our humanity. His administration has filled detention centers to capacity, sought to build more, and even attempted to use Guantanamo Bay to incarcerate 30,000 additional undocumented immigrants. He has gone so far as to threaten the constitutional right of birthright citizenship. These actions are not just policy—they are a direct attack on the Latino community, an attempt to entrench discrimination and reinforce the idea that we do not belong.
Latinos live in fear every day. Regardless of our immigration status, we worry about racial profiling, deportation, and the heartbreaking reality of seeing friends or family members detained. As an immigration paralegal and a Mexican American, I have witnessed firsthand the emotional and logistical nightmares families endure. Parents have had to sit their U.S.-born children down and prepare them for the possibility of being forcibly separated. Many are too afraid to go to work, and children are staying home from school, terrified that ICE might show up on their campus. Grocery shopping, driving, or simply stepping outside feels like a gamble. The very institutions meant to protect us have long been designed to work against us. That is why we have turned to each other—using social media to report ICE raids, organizing protests, and raising funds for families torn apart by deportation.
The undocumented community is held to an impossible standard. We are expected to prove our worth, to justify our right to exist in a country that benefits from our labor yet refuses to recognize our humanity. It is undeniable that Latino immigrants are a backbone of the U.S. economy. I could talk about how my father has spent decades building luxurious homes he will never live in or how my mother’s factory job has left her with chronic pain. But I refuse to reduce our value to our labor alone. Yes, we work hard—but we are also artists, athletes, musicians, and dreamers. My father surfs on Sunday mornings. My mother finds joy in new movie releases. We are more than field workers, nannies, and laborers. We are people with rich traditions, deep love, and lives that matter.
The current administration wants us to believe that we are powerless. But our resilience tells a different story. Our community has survived centuries of oppression, and we will continue to fight, organize, and uplift one another. Because no matter how much they try to erase us—we are here, and we are not going anywhere.
El Miedo, la División y la Resiliencia de la Comunidad Latina en Estados Unidos
By: Fernanda Hurtado, Paralegal, Bolour/Carl Immigration Group – www.americanvisas.net
Photo by: Skypixel | Dreamstime.com
El clima político actual en Estados Unidos ha traído una profunda inestabilidad a la comunidad Latina, mientras la administración Trump continúa apuntando a personas indocumentadas con políticas basadas en el miedo y la exclusión. Más allá del costo humanitario inmediato, estas acciones repercuten en nuestra economía y sociedad. Como alguien que ha vivido con la inmigración en el centro de mi vida, quiero ofrecer una perspectiva que a menudo queda eclipsada.
La propia comunidad Latina sigue dividida sobre estos temas. Las encuestas muestran que el 42% de los votantes Latinos apoyaron a Trump, a pesar de los ataques directos de su administración a las personas indocumentadas. Aún más paradójicamente, algunos individuos indocumentados han expresado su aprobación de sus políticas de deportación, políticas que bien podrían cambiar sus propias vidas. Esta contradicción nos obliga a afrontar una pregunta compleja y dolorosa: ¿Qué significa ser etiquetado como “criminal”?
Para muchos dentro de nuestra comunidad, particularmente aquellos que apoyan las duras políticas de inmigración de Trump, un criminal es alguien que comete actos violentos como asesinato, violación o tráfico de drogas. Estos son los mismos crímenes que Trump ha invocado al hablar de los inmigrantes en la frontera sur. Sin embargo, en realidad, cruzar la frontera sin documentación es suficiente para ser catalogado como un criminal, para ser despojado de la dignidad, y para ser considerado no merecedor de una vida en los Estados Unidos. Esta caracterización errónea deliberada no es nada nuevo: es parte de un esfuerzo de larga data para criminalizar nuestra existencia, deshumanizarnos y cuestionar nuestro lugar en este país.
La xenofobia se disfraza de ley y orden. Hemos visto a ICE infiltrarse en nuestras comunidades, arrancando a las personas de sus hogares, lugares de trabajo, iglesias y escuelas. La criminalización de las identidades Afro-Americanas, Latinas e inmigrantes no es exclusiva de Trump, pero su retórica y sus políticas han envalentonado esta persecución sistémica. Ha normalizado el uso de palabras como “extranjero ilegal” para reducir nuestra humanidad. Su administración ha llenado los centros de detención a su capacidad, ha buscado construir más e incluso ha intentado usar la Bahía de Guantánamo para encarcelar a 30,000 inmigrantes indocumentados adicionales. Ha ido tan lejos como para amenazar el derecho constitucional de la ciudadanía por nacimiento. Estas acciones no son solo políticas, son un ataque directo a la comunidad Latina, un intento de afianzar la discriminación y reforzar la idea de que no pertenecemos.
Los Latinos viven con miedo todos los días. Independientemente de nuestro estatus migratorio, nos preocupamos por la discriminación racial, la deportación y la desgarradora realidad de ver a amigos o familiares detenidos. Como asistente legal de inmigración y Mexicana-estadounidense, he sido testigo de las pesadillas emocionales y logísticas que soportan las familias. Los padres han tenido que sentar a sus hijos nacidos en Estados Unidos y prepararlos para la posibilidad de ser separados a la fuerza. Muchos tienen demasiado miedo de ir a trabajar, y los niños se quedan en casa y no van a la escuela, aterrorizados de que ICE pueda aparecer en su campus. Ir de compras, conducir o simplemente salir al aire libre parece una apuesta.
Las mismas instituciones destinadas a protegernos han sido diseñadas durante mucho tiempo para trabajar en nuestra contra. Es por eso que nos hemos recurrido unos a otros, usando las redes sociales para denunciar las redadas de ICE, organizando protestas y recaudando fondos para las familias destrozadas por la deportación.
La comunidad indocumentada está sometida a un estándar imposible. Se espera que demostremos nuestro valor, que justifiquemos nuestro derecho a existir en un país que se beneficia de nuestro trabajo pero se niega a reconocer nuestra humanidad. Es innegable que los inmigrantes latinos son la columna vertebral de la economía estadounidense. Podría hablar de cómo mi padre ha pasado décadas construyendo lujosas casas en las que nunca vivirá o de cómo el trabajo de mi madre en una fábrica la ha dejado con dolor crónico. Pero me niego a reducir nuestro valor sólo a nuestro trabajo. Sí, trabajamos duro, pero también somos artistas, atletas, músicos y soñadores. Mi padre surfea los domingos por la mañana. Mi madre encuentra alegría en los nuevos estrenos de películas. Somos más que trabajadores del campo, niñeras y obreros. Somos personas con ricas tradiciones, amor profundo y vidas que importan.
La administración actual quiere que creamos que somos impotentes. Pero nuestra resiliencia cuenta una historia diferente. Nuestra comunidad ha sobrevivido a siglos de opresión y continuaremos luchando, organizándonos y animándonos unos a otros. Porque por mucho que intenten borrarnos, estamos aquí y no nos vamos a ir a ninguna parte.