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Una Excursión a las Grutas

El autobús se acercaba a su destino a medida que el sol surgía por las montañas. Entre familiares y amigos nos cooperamos para alquilar el transporte e ir de excursión a las Grutas de Tolantongo. El lugar es paradisíaco; enclavado en una zona desértica, las grutas son un oasis de caprichosas formaciones geológicas cubiertas por espesa vegetación, alimentadas por aguas termales que emanan del corazón de las montañas. Es el ambiente perfecto para los amantes de la naturaleza.

ensuenosNos tomó sólo unos minutos bajar las maletas y armar las tiendas de campaña. Se nos hacía tarde para comenzar a explorar las maravillas del lugar. Lo primero que hice fue ponerme el traje de baño y me dirigí a la gruta principal de las cataratas. La entrada de ésta la cubre una cortina de agua que fluye libremente por las columnas rocosas para desembocar más abajo en el Río Tolantongo.

Atravesé la cortina y me fui adentrando a la caverna. En el interior del túnel nace un manantial de agua termal que llena a la gruta con una capa espesa de vapor que dificulta la visión. A medias pude distinguir cuerpos semidesnudos que caminaban lentamente en el agua. En un rincón observé a un par de muchachos sentados muy juntos sobre las rocas; sus cuerpos estaban perlados por el sudor y sus shorts completamente adheridos a su piel dejando muy poco a la imaginación.

Quise quedarme a observar por largo tiempo el espectáculo que el lugar me ofrecía, pero lo denso del vapor dificultaba la respiración. Sin poder aguantar más me dirigí a la salida. Atravesé la cortina de agua y me fui a sentar sobre unas rocas; allí encontré a mis primos y nos pusimos a jugar en el agua.
Con cautela volvía la cara de vez en cuando para admirar el físico de alguna persona que me gustara. Hubiese querido tener una cámara a la mano para tomar fotos de todos y cada uno de los muchachos que exhibían sus cuerpos con orgullo.

Después de jugar por unas horas llegó la hora del almuerzo y como no tenía hambre aproveché un momento de soledad para recorrer el camino entre las rocas y la vegetación. Fui descendiendo hasta llegar a donde las aguas desembocan en el río. Caminé un poco siguiendo el cauce éste; a medida que iba avanzando encontraba menos gente. Sin pensarlo llegué hasta una bifurcación del río en donde parte del agua seguía su curso mientras la otra se estancaba en una pequeña ensenada cubierta por una vegetación espesa.

El lugar lucía solo y me senté a descansar un rato gozando el contacto íntimo con la naturaleza; sin embargo un ruido entre los arbustos me alertó. Me acerqué con cautela pensando que podría tratarse de un animal salvaje, pero encontré algo mucho más excitante. Allí, en una orilla poco profunda del río, estaba un muchacho de complexión delgada y de rasgos perfectos; su piel mostraba un bronceado acanelado y uniforme. En una mano sostenía una barra de jabón con la que fue recorriendo lentamente su torso desnudo.

Llevaba puesto un pantalón de mezclilla deslavada, desabotonado en el frente, mostrando el nido oscuro de vellos de su área genital, el resto del cuerpo carecía de vello excepto por una pequeña mancha de éstos que se medio-notaba en sus axilas. En su rostro se dibujaba apenas la sombra de lo que parecía ser vello facial a lo largo de su mandíbula. Sus labios pequeños absorbían el agua que resbalaba por sus mejillas. Parecía no haberse percatado de mi presencia pues cuando le tocó enjabonarse por debajo de su pantalón, levantó el rostro hacia el cielo y cerró los ojos mientras se acariciaba morbosamente su miembro causando el engrosamiento instantáneo de éste.

La sangre comenzó a hervirme por todo el cuerpo mientras contemplaba extasiado aquél adonis azteca. Por un instante desapareció en el agua para enjuagarse y luego reapareció con los pantalones completamente adheridos a su cuerpo, como una segunda piel, mostrando la perfección cilíndrica de su falo y sus testículos.
Metió su mano otra vez para ajustar la erección que parecía causarle incomodidad. Lo vi voltear a su alrededor para asegurarse de que estaba solo, y después en un arranque de osadía se bajó el pantalón y dejó que su miembro emergiera libremente de entre los confines de la tela.

La belleza de su órgano rayaba en la perfección. La piel un poco más oscura que el resto de su cuerpo; el tronco lleno de venas que evidenciaban el estado de excitación en que se encontraba. La cabeza completamente cubierta por el prepucio que se extendía más allá de la punta formando unos pliegues que desaparecían momentáneamente cuando su mano jalaba la piel hacia abajo descubriendo apenas una parte de la piel rosada de su glande. Los testículos colgaban majestuosamente atrapados en un saco de seda que emergía de la base peniana.
De pronto se dio la vuelta y se agachó para despojarse de su pantalón. Por segundos pude ver la piel blanca de su área anal celosamente resguardada por un par de glúteos de exquisita redondez.

Sin embargo, cuando pensé que continuaría con su juego de autocomplacencia, salió del agua, dejó sus pantalones sobre la arena, se paró sobre unas rocas y se dispuso a aventarse a un área profunda del río. Tomó un tiempo antes de clavarse al agua; su miembro seguía completamente erguido apuntando hacia el cielo, mientras él levantaba las manos y flexionaba las rodillas. Su cuerpo carecía de toda línea de bronceado, era obvio que tomaba sus baños de sol en completa desnudez. Viéndolo de perfil pude admirar cada curva de su cuerpo. Lo que me tenía extasiado era la rigidez de su miembro y la redondez y exuberancia de su trasero; sin eclipsar en lo absoluto la dureza de sus pectorales adornados por dos pequeñas manchas oscuras de sus pezones.

Su cuerpo se balanceó en el aire mientras daba una maroma antes de clavarse por completo en la profundidad de las aguas. Después vi su cabeza emerger en el agua y comenzó a nadar hacia la otra orilla. Entre las agitadas aguas pude admirar ese par de montículos de su trasero que se contraían con cada pataleada que daba.
En la mente me revoloteaba la duda por acercarme o no al muchacho. Al final pudo más el deseo que sentía por verme junto a él y me introduje entre los arbustos y caminé hacia el sendero que me había traído a este lugar, cuando lo creí conveniente me metí a la orilla y me fui acercando hasta que aquél descubrió mi presencia. Por un instante pareció turbado ante la intromisión, pero cuando vio que estaba yo solo sacó la mano del agua y extendió el brazo en señal de saludo.

Intercambiamos algunas palabras aludiendo a lo bonito y caluroso del día, y lo refrescante de las aguas. Después me invitó a meterme hacia el área más profunda a donde él se encontraba. Sin pensarlo dos veces me zambullí en el río y comencé a nadar. Cuando lo tuve cerca nos presentamos. Me dijo que su nombre era Benjamín, y que venía a este lugar casi a diario. Se disculpó por su desnudez pero yo le comenté que no me molestaba en lo absoluto, sino por el contrario, me atraía la idea de sentir el agua sobre el cuerpo desnudo. Me instó entonces a que yo hiciera lo mismo y, sin encontrar pretexto, me quité el short y lo arrojé a la orilla.

Pude sentir su mirada quemante sobre mi cuerpo desnudo y bajé mis manos para cubrir la excitación que esto me producía. Sin embargo noté que él no trataba de esconderla, se puso a flotar de espaldas en el agua mostrando sin pudor su órgano erecto. Después, sabiéndose poseedor de un perfecto trasero se volteó bocabajo y comenzó a nadar en círculos a mi alrededor. Se fue acercando más y más hasta que su mano rozó accidentalmente la punta de mi erección que a pesar de estar sumergida en el agua pude sentir cómo se contraía al contacto de su caricia.

Sin poder contenerme ante sus provocaciones lo tomé por los hombros y lo fui jalando hasta que nuestros rostros quedaron muy cerca. Le pasé una mano por la cintura y dejé que la otra bajara hasta sus nalgas. Mis labios rozaron levemente los suyos; por respuesta Benjamín pegó su boca a la mía y comenzamos a besarnos con un fervor irrefrenable. Lo sentí temblar de emoción mientras su mano hurgaba en mi entrepierna hasta afianzarse a mi columna palpitante que se abría paso en su entrepierna por debajo de sus testículos.

Dejé que jugara con ella un rato al tiempo que mis manos separaban sus glúteos para hacer contacto con el orificio candente que ansiaba penetrar.
Cerca de nosotros descubrí una roca que sobresalía del agua. Lo llevé hasta allí, coloqué mis manos en su cintura y lo ayudé a sentarse sobre la superficie. Después de contemplarlo extasiado por unos segundos me abalancé sobre su miembro; pasé mi lengua por el prepucio y la enterré entre los pliegues sedosos de piel hasta hacer contacto con el orificio de la uretra, comencé a libar el néctar seminal que brotaba de éste paladeando su sabor dulce-salado que invadió mi boca.

Después me introduje de un jalón cada pulgada de su daga, provocando que se retorciera de placer. Mis dedos se fueron abriendo paso entre sus piernas; al darse cuenta de lo que me proponía empujó su cintura hacia delante para darme acceso directo a su tan preciado tesoro. Sin dejar de prodigarle sexo oral fui introduciendo un dedo y después otro hasta que dio cabida a tres de ellos. Con palabras entrecortadas me imploraba que le introdujera mi miembro, sin embargo, a pesar de la tentación que yo sentía por poseerlo allí mismo, pudo más la cordura y continué acariciando sus entrañas con mis dedos y su miembro con mis labios y lengua, hasta que sentí el flujo de lava ardiente que recorría la longitud de su miembro. Apenas me dio tiempo a separar mi rostro cuando comenzó a expeler su carga en potentes chorros que bañaron mis mejillas, mi cuello y mi pecho.

Sin darse un respiro se volteó bocabajo sobre la roca y me pidió que colocara mi miembro erecto justo a la entrada de su túnel pero sin tener que meterlo. Me subí sobre él y comenzó a moverse bajo mi cuerpo. Contraía los músculos de su trasero de tal forma que mi columna palpitaba atrapada entre sus piernas y glúteos. Lo besé apasionadamente en el cuello mientras sentí un calorcito quemante en mi entrepierna. Entre jadeos y gemidos profundos exploté, sentí cómo de lo más profundo de mi ser surgió la carga viscosa que fue depositada entre las piernas de Benjamín, que al sentir las contracciones de mi cuerpo apretó con más fuerza los músculos de su trasero para extraer cada gota de su preciada carga.

Quedé exhausto ante el impacto del orgasmo que me fue imposible separarme de su cuerpo. Permanecimos en esa postura por un largo tiempo hasta que sentí que los rayos del sol quemaban mi piel desnuda.
Nos separamos y nos metimos al agua una vez más. Después nos abrazamos y besamos con pasión hasta que llegó el momento de despedirme, no sin antes prometerle que volvería para buscarlo.