Unos jeans usados yacían en el piso del cuarto junto a la cama que se veía medio tendida; aunque las cobijas cubrían la superficie, las arrugas que estas formaban denotaban la premura con que el lecho había sido ordenado. Más allá, en el closet con la puerta abierta alcancé a distinguir una prenda masculina que resultaba ser mi favorita: un suspensorio, o “jockstrap” que había sido arrojado sobre el montón de ropa sucia. La forma en que se abultaba parecía revelar las proporciones del paquete masculino que quizá algunas horas antes había sido cubierto por esa prenda.
Me sonrojé al darme cuenta de la atracción maliciosa que bullía en mi cabeza. Me acerqué y tomé la prenda entre mis manos, la levanté y la puse a contraluz como si con eso pudiera ver a la persona que la había usado. En el frente se dibujaba apenas una pequeña mancha de lo que creí era la emisión seminal del miembro viril. El elástico parecía haber sido expuesto a una fuerte tensión, pues se notaba un poco flojo, y concluí que aquél muchacho debería tener unas piernas y un trasero prominente. Cerré los ojos y comencé a imaginarlo. Si la naturaleza había sido tan generosa con él como con su hermano Luis, entonces conocería con gusto al otro miembro de la familia Carrillo.
Luis era mi compañero de clase, llevábamos más de dos años de conocernos. Desde el principio me impactó su presencia tan viril. De tez morena, barba y bigote poblados. Ojos de un negro profundo, pelo en pecho; musculoso. Pero lo que más me tenía loco era su trasero redondo y firme, y sus piernas súper-desarrolladas que levantaban suspiros por donde pasaba, aunque él se quejaba de no encontrar pantalones a su medida; éstos le quedaban siempre ajustados realzando morbosamente su figura, para deleite de quien lo veía.
Para mi desconsuelo, a los pocos días de conocernos me enteré que era heterosexual, pero se sentía cómodo con mi presencia. El sabía todo de mí, pues una tarde al calor de los tragos me preguntó sobre mis gustos y le confesé mi orientación. Por suerte eso no cambió en nada nuestra amistad, incluso creo que desde allí se fortaleció.
Ahora me encontraba en el apartamento de su hermano Rolando. El Roli, como él le decía. Ese día Luis se encontraba muy ocupado y me preguntó si podía hacerle el favor de pasar a recoger a su hermano para llevarlo a la escuela. Me dio las llaves del apartamento y me dijo que entrara hasta su cuarto para ver si allí estaba, y si no, que lo esperara; sería sólo cuestión de minutos. Fue entonces que, creyendo que Rolando no había llegado me puse a fantasear con su ropa interior.
Era tal la excitación que me envolvía que no escuché cuando la puerta del cuarto se abrió. El ruido intempestivo hizo que volteara, y no alcancé a deshacerme del suspensorio, que seguía enredado entre mis dedos. Pero no sé quién de los dos fue el más sorprendido, pues Rolando, al creerse solo, se había puesto nada más que su ropa interior, que para mi gran fortuna era otro suspensorio, pero éste de color negro. Y permaneció parado por unos minutos en el marco de la puerta hasta que pude explicarle quién era yo y porqué estaba allí.
Su cabello seguía mojado, y el olor a jabón y a colonia inundó enseguida la habitación. Aproveché ese momento de confusión para deshacerme de la prenda que me delataba; con un movimiento rápido la aventé hacia el montón de ropa, sin saber realmente si había sido descubierto.
Cuando me acerqué para presentarme me di cuenta que mi mano temblaba. Era imposible no notar la perfección de su anatomía que se mostraba imperturbable ante mis ojos. En segundos pude distinguir los rasgos tan característicos de la familia: piel morena, facciones viriles, pectorales redondos y protuberantes, abdomen marcado, y un par de piernas musculosas y gruesas como las de Luis. La diferencia más notoria estaba en que Rolando carecía de vello corporal, y su anatomía era un poco más estilizada; parecía más delgado. Incluso, si no fuera porque sabía que Luis era sólo un año mayor, hubiera pensado que le llevaba más edad.
Cuando al fin pude articular palabra le dije a Rolando que lo esperaría en la sala; pero él seguía bloqueando la entrada y me dijo que me quedara allí con él, así nos conoceríamos mejor y más pronto; y pareció dar énfasis a estas últimas palabras.
– Luis me ha hablado mucho de ti- Me dijo. –Incluso me comentó que íbamos a llevarnos bastante bien cuando nos conociéramos. Y ahora creo entender sus palabras-
Cuando dijo esto me recorrió con la vista de arriba abajo, haciendo que me sonrojara. Di media vuelta y me fui a sentar en una esquina de la cama.
Supuse que se vestiría en seguida pero en lugar de eso se fue a parar frente a la ventana, dándome la espalda, mostrando con orgullo la perfección de su bien dotado trasero. La banda elástica del suspensorio daba realce a la turgencia de sus glúteos. No sé si carecía de vello o él se lo rasuraba pero su piel lucía tersa y suave.
Comenzamos a conversar y Rolando se mantuvo de espaldas a mí. Como para asegurarse de que lo estaba viendo tomó los elásticos de su prenda y los jaló sobre sus piernas dizque para acomodarlos. Después, sin interrumpir la plática colocó sus manos en el marco de la ventana, inclinando su cuerpo hacia abajo. El punto rosado entre sus nalgas se hizo visible por unos segundos haciéndome perder el hilo de la conversación.
La sangre comenzó a hervir por mis venas. Mi respiración se fue acelerando, sentí que el corazón me iba a estallar. El flujo de sangre se acumuló de golpe en mi miembro provocando una erección que comenzaba a ser dolorosa. Traté de ocultar mi excitación, pero por más esfuerzos que hacía no podía ignorar las manifestaciones de abierta provocación por parte de Rolando.
Estaba seguro que lo hacía a propósito, pues noté que había llevado la mano derecha hasta su pecho y se acariciaba primero un pezón y luego el otro. Después vi que introducía su mano izquierda entre sus piernas para tratar de acomodarse lo que parecía ser su erección.
No recuerdo cuándo dejamos de conversar, pero de pronto nos envolvió un silencio tal que podíamos escuchar hasta el latido de nuestros corazones y nuestra respiración agitada.
Contemplaba extasiado la anatomía tan perfecta de Rolando, mientras él mantenía su labor exhibicionista. Después se dio media vuelta y se recargó en la ventana. La punta de su miembro erguido sobresalía por el elástico superior de su calzoncillo. De esta brotaron unas gotas de elíxir seminal que humectaron la piel del prepucio haciéndolo brillar con intensidad.
Caminó hacia donde yo estaba y se sentó a mi lado en la cama. Acerqué mi rostro al de él y deposité un beso ligero en sus labios. Noté que cerraba sus ojos y me ofrecía su boca para besarlo con más pasión. Sentí cómo se estremeció ante el contacto de la caricia. Sus manos buscaron ávidas los botones de mi camisa y en segundos ya me la había quitado. Después me empujó sobre la cama y me ayudó a quitarme el resto de la ropa; no se detuvo hasta que me desnudó por completo; se abalanzó sobre mí y comenzó a hacer círculos con su lengua por todo mi cuerpo. Acarició cada centímetro de mi piel asegurándose de no tocar mi miembro viril, alargando la agonía que me iba consumiendo.
Finalmente sentí cómo sus labios abrazaron febrilmente la cabeza de mi daga; era tal el ímpetu que me embriagaba que tomé su cabeza con mis manos y lo hice que se lo introdujera todo, después lo saqué un poco. Eché mi cabeza hacia atrás y comencé a girar mi pelvis, empujando cada vez más profundo a su garganta.
Saqué mi miembro de su boca, y antes de que Rolando pusiera alguna objeción le di la vuelta y lo tiré sobre la cama.
Tocó mi turno en darle sexo oral y lo hice lo mejor que pude, encontrando un poco de dificultad porque cuando le bajé el suspensorio me di cuenta que su miembro me aventajaba en largo y grueso, y eso que yo me consideraba arriba de lo normal.
Me observaba con esa mirada seductora mientras me ofrecía su órgano grande y duro. El área de su ombligo se encontraba profusamente bañada de líquido pre-seminal. Mantenía sus rodillas flexionadas y las piernas separadas permitiéndome ver los hemisferios blancos de su trasero. Lo chupé con ansia hasta que lo fui llevando al punto donde deseaba tenerlo, allí donde no encontraría objeción alguna de su parte para poseerlo por completo.
Le pedí que sacara un condón y me lo coloqué sin pérdida de tiempo. Lo llevé hasta la ventana y le di la vuelta; él se agachó, colocó sus manos en el marco de madera para balancearse, y me ofreció su trasero levantando ligeramente su cintura. Me coloqué por detrás y le fui introduciendo lentamente mi engrosado falo. Dejó escapar unos gemidos de placer cada que empujaba hacia adentro, y se llevó las manos a cada lado de su trasero para separar sus glúteos y permitir que lo invadiera con más profundidad.
Con las dos manos tomé las bandas elásticas de las piernas del suspensorio y comencé a tirar de éstas produciendo fricción en el área frontal. El contacto de la tela con la sensible piel de su miembro le daban a Rolando una serie de sensaciones que aunadas a la penetración lo estaban llevando al borde del paroxismo. Al mismo tiempo comencé a morderle la espalda y el cuello provocando que su excitación aumentara. Después, como punto final al cúmulo de sensaciones que lo atormentaban, me chupé los dedos y pasé mis manos hacia el frente hasta tener cada uno de sus pezones atrapados entre mi pulgar y dedo índice de cada mano; comencé a apretar con fuerza, a jalar y a torcer hasta que su boca se abrió lanzando un gemido profundo. Noté que una lágrima resbalaba por su mejilla, parecía haber llegado al límite de su tolerancia; sin embargo su cuerpo se retorcía y temblaba de satisfacción y entre sollozos ahogados imploraba por más. Pensé que enloquecería; estaba haciendo mucho ruido.
Planté mis manos a los lados de la cadera de Rolando, empujando un poco más adentro y con salvajismo. Sus manos acariciaban morbosamente su entrepierna; pronto sentí que sus piernas flaquearon momentáneamente, entonces dejó escapar un grito fuerte y los músculos de su estómago se contrajeron violentamente. Arqueó su espalda y sentí el abrazo caliente de los músculos de sus entrañas que apretaron con fuerza descomunal mi miembro lascivo. Alcancé a poner mis manos en su entrepierna para sentir los espasmos del orgasmo sobre su miembro. Fue tan abundante la carga expelida, que el viscoso líquido brotó a través de la tela del suspensorio, y comenzó a resbalar por las piernas de Rolando.
Bastó sólo una última estocada fuerte pero con precisión para sentir que mi cuerpo se estremecía súbitamente ante el ataque imperecedero del orgasmo. Los músculos receptores de Rolando seguían contrayéndose cuando fueron atacados con furia con una serie de descargas que hicieron vibrar sus paredes internas.
Mis piernas temblaban incontrolables mientras hacía hasta lo imposible por mantener el equilibrio y soportaba el embate del éxtasis. Por un momento temí que la envoltura protectora de mi miembro fuera insuficiente para resistir la fuerza de la descarga.
Mi mente seguía envuelta en la bruma del orgasmo cuando sentí que Rolando se separaba de mi cuerpo y me jalaba hacia la cama. Nos tiramos sobre esta al tiempo que él me envolvía en sus fuertes brazos.
Sobra decir que esa tarde Rolando no llegó a la escuela, pero juntos aprendimos tanto uno del otro. Nos llevó días y meses para seguir viviendo nuevas experiencias. Cuando no pudimos ocultarle más a Luis lo que había pasado, nos dijo que él siempre supo que haríamos buena pareja y que se alegraba de ello. Nuestra amistad siguió siendo única y especial.