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A Dios Rogando y Con El Mazo Dando

En uno de esos pueblos mexicanos donde parece que nunca pasa nada se desarrolla una historia que uno supondría no pasa más que en la ficción. Nicolás se encuentra felizmente casado –al menos en apariencia- con Juanita, desde hace 20 años. Se casaron ambos muy jovencitos, más que por amor, sería más correcto decir que lo hicieron por curiosidad, deseo y ganas. Hoy ambos tienen 37 años de edad, él sigue tan apuesto y tan varonil que resulta muy atractivo para muchas personas; sin embargo, ella pareciera de mayor edad, se ha descuidado tanto en su físico como en su apariencia. Aún así entre ambos existe una relación de cariño y respeto.

plumas2Nicolás es un hombre sencillo, de campo, con manos ásperas, la piel curtida por el intenso sol. Su piel es casi morena y contrasta de un modo muy dulce con el color verde de sus ojos. Tiene una corpulencia que lo hace parecer más alto de lo que en realidad es. Siempre le gusta vestir de camisa de cuadros, con pantalón de mezclilla y botas. Es un tipo con abdomen voluptuoso, pero que no desproporciona con el resto del cuerpo: piernas anchas, nalgas redondas, brazos grandes, pecho fuerte y velludo de por donde se le mire. Como si no fuera suficiente ser tan guapo por su físico, resulta que fue bendecido con una hermosa sonrisa.

Juanita es una devota mujer de iglesia, quien está convencida de que si la vida no le ha permitido ser madre, es porque su misión en la tierra es mucho más importante que ser madre de dos o tres criaturas; por ello ha enfocado su energía en atender al cura del pueblo: le cocina, le mantiene limpia la casa, le lava y plancha su ropa. Ella es feliz con su ministerio y más aún con éste nuevo sacerdote que se lleva tan bien con su marido, no que el pasado por viejo no coincidía en ideas ni con ella tampoco. Ellos han hecho muy buena amistad con el Padre Baltasar, a quien le gusta ser dicharachero, hacer bromas y platicar de cosas mundanas como fútbol y box.

El padrecito tanto por su edad como por su propio carácter siempre se ha mostrado a los demás como un hombre de ideas claras, modernas y concisas. No le gusta andar con rodeos, ni tampoco es de los que adopta pose de santidad. Usa shorts cada vez que puede, le gusta ser admirado en su cuerpo atlético, por eso prefiere usar camisas de mangas cortas. Ama jugar basket ball, y hacer carne asada bajo el sol. De hecho le gusta ser competitivo, constantemente está midiendo fuerzas con Nicolás, juegan como si estuviesen luchando, aunque Juanita los ve complacida, tiene miedo que su marido pueda lastimarlo con su brusquedad.

Tanto a Nicolás como a Juanita les gusta confesarse con el Padre Baltasar, por la amistad entre ellos, sienten confianza para expresar sus más profundos secretos. Pero Nicolás no puede admitir ante el sacerdote, la admiración que le provoca su forma de ser y sobre todo su cuerpo, al menos no bajo el secreto del santo sacramento. Sabía que tarde que temprano llegaría la oportunidad de dialogarlo y en caso de que no se presentara el momento oportuno, sería para él buena señal de que debía abandonar esas fantasías que venían a él estando en sueños o bañándose bajo la regadera. Nunca le había pasado, que se excitara de imaginar al Padre Baltasar desnudo junto a él besándolo y abrazándolo.

Un sábado se jugaba por puntos finales el paso de México al mundial, y ambos estaban viéndolo por la tele, mientras disfrutaban de unas frías cervezas. Juanita odiaba cualquier deporte y más odiaba la voz de cualquier narrador deportivo. Terminado el partido, comenzaron los 2 hombres a platicar de recuerdos, anécdotas, sueños y fantasías. Quizá por el alcohol, quizá por la mutua admiración o quizá por la reprimida sexualidad de ambos, pero resultó que Nicolás le llamó a Juanita para decirle que mejor se quedaba a dormir en casa del Padre Baltasar porque se había excedido con el alcohol. Ella estuvo de acuerdo para que a su marido nada malo le pasara.

Y mientras Juanita se disponía a sentarse –como todas las noches en que no podía conciliar el sueño- en su sillón preferido que queda frente a la venerada imagen de la siempre Santísima Virgen del Perpetuo Socorro, comenzó a rezar el santo rosario ofreciéndolo a Dios por los sacerdotes y misioneros del mundo entero. Siendo que en ese mismo momento y durante muchas ocasiones posteriores, tanto el cura como su esposo estarían gozándose en un sexo salvaje, único y frenético: besos, mordiscos, abrazos, penetraciones, nalgadas, de todo. Y se decía a si misma orgullosa de su párroco: ¡Dios mío, que todos los sacerdotes fueran como el Padre Baltasar!

Por: Gabriel Aranda