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Como Muerto en Vida

Mario acostado en una incómoda camilla de hospital: está temblando de frío mientras su madre le sostiene su mano derecha y su hermana hace lo mismo con la izquierda, no puede hablar, pero sus ojos lo dicen todo. Está agonizante, quiere irse pero no sabe cómo morir, se ha despedido varias veces en los últimos 20 días en que la enfermedad le ha carcomido cualquier rastro que tuviera de vida. Las dos mujeres son creyentes fervientes y le entonan un cántico de su iglesia en voz muy baja pero muy clara. La reconoce de inmediato y no puede evitar que corra una lágrima por su mejilla. Dicha letra melodiosa le trae paz, respira profundamente viendo el rostro de la señora que durante 33 años le prodigó todo el amor del que su corazón materno fuera capaz. En ese preciso momento Mario dejó de vivir.

plumasCuando era un pequeño niño de 5 años de edad, esperaba a que su familia saliera para quedarse solo en casa, nunca quería acompañar a sus padres a ningún lado. Al saberse en completa soledad, cerraba con seguro las puertas de la casa; para luego subir corriendo las escaleras de su casa hasta la habitación de su hermana, quien apenas tenía un año menos que él, abría el clóset y se probaba todos los vestiditos de ella, modelando de un modo delicadamente femenino la ropa frente al espejo; luego tomaba maquillaje de su madre para darle color a su rostro. Se sentía tan feliz en esos momentos. No estaba nadie para regañarlo por usar cosas de mujercitas. A esa edad precoz buscaba a su vecinito de su misma edad y jugaban, él era la mamá y su vecinito el papá: besándose y acariciándose y haciendo movimientos como si tuvieran sexo.

Durante los años de escuela Mario se comportó como un niño introvertido, lleno de inseguridades, muchos de los niños de su escuela cruelmente se burlaban de él, porque decían que se comportaba como niña, ya que no sabía ni le gustaba jugar juegos ni deportes de varones. Nunca pudo adaptarse al rol que le exigían sus compañeritos. Trataba y se esforzaba pero ante los ojos de los demás, parecía que no era suficiente. Lloraba en los brazos de su madre tratando de convencerla que no lo enviara más a clases. De veras sufría, no aprendió a leer ni a escribir bien. Siempre obtenía calificaciones bastante bajas en sus materias. Cuando estaba en casa, le gustaba encerrarse en su habitación sin querer saber nada de nadie y disfrutaba él solito jugando con las “barbies” que le habría robado a su hermanita o primas. Adoraba esos momentos con sus muñecas.

La situación no mejoró siquiera cuando Mario se convirtió en un adolescente. Aunque por presión de los demás buscó compañía en chicas de su edad; su mirada se iba tras los cuerpos atléticos de chicos y por las noches su deseo viajaba por cuerpos desnudos de hombres. Sentía frustración por su doble vida: durante el día tratar de comportarse como cualquier chico heterosexual de su edad, y por las noches en la soledad de su habitación imaginarse una vida donde hombres de un estilo o de otro aparecían en sueños para darle la mejor muestra de satisfacción de la que un hombre es capaz de darle a otro hombre. Pero las noches llenas de fantasías comenzaron a dejarlo con más hambre; por lo tanto buscó y buscó hasta que encontró los lugares, las personas, las situaciones exactas para poder hacer realidad sus sueños.

Cuando se cansó de esos juegos de noche acostándose con diferentes hombres según fuera conociendo, quiso buscar a quien amar para sentir en retribución lo que era ser amado; fue cuando se decidió por aceptar la propuesta de Sergio de formar una pareja, duraron algunos meses y aunque Mario intentó amarlo, era demasiado viejo para sus anhelos juveniles y se conformaba con recibir un amor paternal hasta que la relación terminó. Después conoció a Daniel de quien se enamoró perdidamente hasta perder su última muestra de dignidad, juntos estuvieron en una relación tormentosa de odio-amor, metiéndose juntos en el círculo vicioso de las drogas ilegales. Mario siempre lo amó, aunque recibiera de Daniel desprecios y humillaciones. Y con Román quiso olvidar a Daniel, dándole miles muestras de amor que nunca lograron que su relación fuera algo más que sexual. Muy pronto Román se aburrió de Mario dejándolo solo.

Mario se cansó de vivir sin poder amar, de amar sin poder vivir. Se refugió en el uso de la cocaína, poco a poco se fue deteriorando su salud, sus únicos alimentos diarios eran fumar tabaco, tomar refresco y comer cualquier comida chatarra. En menos de 2 años perdió la mitad de su peso, su color de piel se hizo color ceniza, su semblante era el de una persona cansada, se le veía agotado, deprimido. Ya no había algo en el mundo que le interesara, se alejó de todo y de todos. Sabía que su final era cercano, pero desconocía cómo sería. Se le había diagnosticado una enfermedad que hizo que su organismo fuera cada vez más débil. Al enterarse no opuso resistencia, simplemente se dejó llevar por la tristeza y la amargura, pensaba que todo era un castigo divino porque a lo largo de su vida nunca se había comportado como un hombrecito. Y vivió sus últimos días pidiendo perdón a Dios por haber sido tan diferente.

Por Gabriel Aranda