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DESPERDICIO

Desde que Chapo tenía recién cumplidos los 14 años supo muy bien cuál iba a ser su forma de vida. Las calles de Tijuana fueron mudo testigo de los andares de ese adolescente que descubrió gracias a su vecina de barrio, una señora cuarentona pero libidinosa, las artes de la sexualidad vigorosa y electrificante. Su cuerpo en ese entonces era fuerte y con músculos que dejaban boquiabiertos a quienes lo llegaban a ver completamente desnudo. Su cara de chico rudo conquistó también a muchos de su mismo sexo. Siendo éstos quienes mayor cantidad de dinero daban en agradecimiento por sus deliciosos servicios. Así que decidió dedicarse solamente a ellos y a vivir de ellos.

Desde esa edad su cuerpo parecía ser el mejor cómplice del destino que parecía estaba marcado con tinta indeleble para su vida. Chapo siempre ha sido un tipo bastante corto de estatura –de ahí que se le conozca con dicho apodo- pero perfectamente proporcionado por todos los ángulos: espalda ancha, brazos fuertes, abdomen musculoso, nalgas redondas, piernas musculosas. Un cuerpo bastante atlético y apetitoso. Son contados con los dedos de la mano quienes saben su verdadero nombre. Cada nueva ocasión en que conocía a una nueva persona siempre inventaba un nombre, y escogía unos tan fantasiosos que era evidente la mentira, aunque en realidad su verdadero nombre a nadie le importaba cuando conocían al Chapo.

Cuando ya había alcanzado su mayoría de edad, sentía que su ciudad natal le quedaba bastante pequeña, varias veces quiso cruzar la frontera, pero por alguna u otra circunstancia jamás pudo lograrlo. Tuvo que conformarse. A los 18 sentía que ya conocía a todos los posibles hombres que estuvieran dispuestos a premiarlo con unos billetes su trabajo arduo de ardiente amante. A Chapo le gustaban las mujeres pero sabía muy bien que de ellas no podría esperar dinero a cambio de sus artes amatorias. Su líbido siempre ha sido tan fuerte y le ha alcanzado para satisfacer a hombres buena paga. Le resultaba bastante fácil excitarse y cumplir vigorosamente con sus obligaciones sexuales aunque no le gustara la persona en cuestión.

En cuanto pudo, comenzó a visitar varias ciudades de todo el país, necesitaba cambiar aires de un modo frecuente, sobre todo, cuando se percataba de que ya no había nuevo público para sacarles jugo. Chapo siempre ha sido un hombre temerario, nunca ha temido nada, ni siquiera las posibles enfermedades de tipo sexual que pudiera adquirir en su largo recorrido de prostitución. A veces si alguno de sus clientes traía condón lo usaba, pero la gran mayoría de veces tenía sexo sin protección. Se llegó a enfermar varias veces, pero mal se recuperaba cuando regresaba de inmediato a su vida de antes como si nada hubiese pasado.

El Chapo apenas tiene 25 años, pero ya no tiene ni siquiera una mínima parte de atractivo como cualquier otro de su misma edad. El tiempo, las drogas, el alcohol, las enfermedades y su vida disipada le han pasado una muy cara factura a su semblante, el cual luce bastante demacrado, sus ojeras ya son muy oscuras, las líneas de expresión de su rostro se han endurecido de modo tal que pareciera tener 10 años más de edad. Y de su cuerpo, tampoco es lo que era, se ha consumido de un modo dramático, se ve flaco y debilucho, parece un señor enfermo, su caminar es lento y sus reflejos son casi nulos. Pareciera no conocer nada ni reconocer a nadie. Al verlo, es muy difícil no sentir por ese hombre algo de compasión.

Hay personas que viven de sus ilusiones y de sueños, que quizá nunca lograrán cumplirlos, pero al menos tienen algo en mente que quizá pueda ayudarlos a tener una mejor vida o quizá ser una mejor persona. Pero el Chapo es singular en dicho sentido, jamás ha deseado nada que valga la pena. Sigue caminando por las calles del centro, parándose en lugares estratégicos donde sabe puede tener un golpe de suerte de encontrar alguien que necesita algo de ficticio cariño a cambio de algo de dinero en efectivo. Pero ya van varias noches que no sucede nada, su aspecto tan desagradable aleja a cualquiera. Se siente muy mal, aunque se ha tomado sus medicamentos nada parece poder aliviarlo.

El Chapo se encuentra en la esquina de una calle famosa en Puerto Vallarta donde transitan muchísimos hombres gays, pero quienes llegan siquiera a mirarlo lo ven con ojos de desprecio, parece un delincuente bajo el influjo excesivo de las drogas. Ya no puede sostenerse en pie, no tiene fuerzas ya para caminar trasnochando la ciudad, decide sentarse en el suelo, siente que no puede respirar, se siente agitado como si hubiese corrido un maratón completo. Está temblando de frío a pesar del agradable clima tropical de la ciudad. Se siente cansado y su cuerpo no responde, está sentado en su propio excremento sin esperar nada, se le cierran sus ojos y cae de lado para ya no abrir los ojos de nuevo.

Por Gabriel Aranda