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EL ARTE COMO MERCANCIA

Artículo y foto por: Martínez Páramo

El arte es una manera poderosa que tenemos los humanos para mostrar lo que sentimos, pensamos o imaginamos. Es un lenguaje sin palabras que se expresa a través de dibujos, música, historias, bailes, esculturas o fotografías. Es una herramienta única que permite expresar aquello que las palabras no logran capturar, dándole forma a lo invisible y voz a lo indescriptible.

El arte tiene el poder de hacernos sentir cosas: alegría, tristeza, asombro o incluso hacernos reflexionar. Puede ser un refugio, una manera de protestar o algo que nos hace soñar. El arte es una forma de guardar las experiencias y los sentimientos humanos para que otros puedan verlos, sentirlos y recordarlos.

Desde hace más de treinta y seis mil años, el arte ha acompañado a la humanidad en su búsqueda de sentido. Los murales rupestres de Altamira, en España, son testigos extraordinarios del tiempo en que los humanos plasmaban su visión del mundo a través de imágenes cargadas de simbolismo. En las profundidades de las cuevas, alejados de la luz de día, los artistas prehistóricos utilizaban pigmentos naturales para dar vida a sus visiones. Estos murales son más que arte decorativo, son una ventana al pensamiento del hombre antiguo. Al pintar bisontes, caballos y escenas de caza, intentaban capturar el espíritu de los animales, invocar su fuerza o pedir éxito en la caza.

A través del arte, el hombre busca, desde tiempos ancestrales, expresar emociones y pensamientos profundos, conectarse con lo trascendental, comprender el mundo que lo rodea y transformar tanto su realidad personal como colectiva. El arte es una herramienta para dar sentido y belleza a la vida, mientras provoca reflexión, desafió y cambio. El arte es una búsqueda constante de significado, verdad y conexión con uno mismo y con el entorno.

La concepción del arte del hombre prehistórico y la del hombre de hoy comparten una raíz común: la necesidad de expresar emociones, ideas y experiencias y conectar con los demás y con el mundo que nos rodea. La concepción primitiva del arte como medio para superar lo desconocido y conectarse con algo superior sigue presente, aunque hoy se exprese de maneras más diversas y complejas. La necesidad de trascender, de encontrar significado en un mundo incierto y desafiar lo establecido, continúa siendo una motivación profunda.

Lo que comenzó como un acto de conexión emocional y espiritual ha sido devorado por el mercado, donde la belleza y el significado se han sacrificado en favor del dinero. La comercialización del arte, que antaño era un acto íntimo y universal, ha alterado su esencia. El mercado ha convertido lo sublime en un producto, lo intangible en una mercancía. La obra de arte ha dejado de ser valorada por su capacidad de emocionar, desafiar o inspirar, para ser juzgada por etiquetas de precio y tendencias de consumo. Esto nos obliga a enfrentar una pregunta inquietante: ¿Qué le sucede al arte cuando deja de expresar para convertirse en un negocio?

Cuando el propósito principal del arte deja de ser la expresión y se convierte en el lucro, pierde su esencia transformadora y su capacidad de cuestionar, emocionar o inspirar. Su desplazamiento hacia la comercialización no solo modifica la intención del creador, sino también la percepción del público, que comienza a valorar la obra no por su contenido, sino por su precio o su popularidad en el mercado.

Un claro ejemplo de esta transformación es el fenómeno de las casas de subastas como Sotheby’s y Christie’s. Obras como Salvator Mundi, atribuida a Leonardo da Vinci, se vendió por la cifra astronómica de 450 millones de dólares. Este récord de venta no refleja el valor intrínseco de la obra ni su impacto cultural, sino el prestigio asociado a su posesión, una mercancía para coleccionistas y millonarios, alejada de su capacidad de resonar con las experiencias humanas universales.

La mercantilización también se evidencia en la explosión del arte digital, como los NFT (una obra de arte digital que se almacena en una blockchain y se certifica como única e irrepetible mediante un Token no Fungible). Algunos artistas han encontrado en los NFT una plataforma de expresión, muchas obras digitales han sido creadas exclusivamente con el propósito de generar ingresos rápidos. Esto queda demostrado en el caso de Evevydays: The First 5000 Days del artista Beeple, que fue vendida por 69 millones de dólares, donde el énfasis mediático estuvo en la cifra alcanzada, no en el valor artístico o conceptual de la pieza.

En este modelo dominado por el mercado, el arte contemporáneo a menudo se ve reducido a modas pasajeras que buscan satisfacer a un público masivo o a inversores. Esto contrasta con movimientos históricos como el impresionismo o el expresionismo, donde los artistas rompían con normas establecidas para explorar nuevas formas de mirar al mundo, sin preocuparse por la aceptación comercial inmediata.

El impacto de este cambio es profundo. El arte se ha convertido en un reflejo de las desigualdades económicas y sociales. El arte es un privilegio reservado solo para los que pueden costearlo, ha perdido su capacidad de ser un medio democrático de expresión y critica, distanciándose de las comunidades a las que originalmente servía. Además, fomenta un modelo en el que los artistas emergentes sienten la presión de crear con fines comerciales, sofocando su creatividad y alejándolos de una búsqueda más auténtica.

La conclusión es ineludible: cuando el lucro domina al arte, este deja de ser un vehículo de expresión humana y se transforma en un símbolo de estatus y en una herramienta del mercado. Aunque aún existen artistas y movimientos que resisten estas dinámicas, el desafió radica en devolverle al arte su rol como catalizador cultural, emocional y espiritual, independiente de los valores monetarios que se le impongan.