Artículo y foto por: Martínez Páramo
El término “woke” tiene su origen en la comunidad afroamericana de Estados Unidos y proviene del verbo inglés “wake” (despertar), utilizado en su forma coloquial como “woke” (despierto). Originalmente, “stay woke” significaba “mantenerse despierto” o “mantenerse consciente”, haciendo referencia a estar alerta ante la injusticia racial, social y política
.
El término “woke” comenzó a adquirir connotaciones sociales en la década de 1930, cuando el músico afroamericano Lead Belly lo inmortalizó en su canción Scottsboro Boys en 1938. En ella, advertía a los jóvenes negros a “stay woke” (mantenerse despiertos) frente a la injusticia racial en Estados Unidos. La expresión hacía referencia al emblemático caso de los Scottboro Boys, nueve adolescentes afroamericanos falsamente acusados de violación en Alabama, cuyo juicio se convirtió en un símbolo de racismo sistémico en el país. Desde entonces, “woke” comenzó a resonar como una llamado a la conciencia y a la vigilancia ante la opresión racial.
Durante el auge del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, el término “woke” adquirió un nuevo impulso y profundidad. Figuras emblemáticas como Martin Luther King Jr., Malcolm X y otros líderes comunitarios comenzaron a utilizarlo como un llamado urgente a la vigilancia y a la conciencia colectiva. “Stay woke” (mantente despierto) dejó de ser solo una expresión popular entre la comunidad afroamericana para convertirse en un símbolo de resistencia frente al racismo estructural, la segregación y la discriminación sistémica que permeaba en todas las esferas de la vida social y política.
Para estos líderes, estar “woke” significaba mucho más que simplemente reconocer la existencia del racismo; implicaba un estado de constante alerta ante las tácticas sutiles y abiertas de opresión, así como una disposición activa para combatir la injusticia. Martin Luther King Jr., por ejemplo, apelaba a este concepto al advertir sobre los peligros de la complacencia social, instando a las personas a no caer en la falsa comodidad de una paz superficial mientras las desigualdades persistieran. Malcolm X, por su parte, enfatizaba la necesidad de una conciencia radical, especialmente ante las formas institucionales de discriminación que continuaban moldeando la vida de los afroamericanos.
En ese contexto, “woke” se transformó en una especie de despertar político y social, un recordatorio de que el racismo no solo se manifestaba en actos de violencia explícita, sino también en estructuras legales, económicas y culturales diseñadas para mantener la supremacía blanca. Mantenerse “woke” no solo era una sugerencia; era un mandato para proteger la dignidad, la libertad y los derechos civiles de la comunidad afroamericana, y un compromiso irrenunciable a no cerrar los ojos ante la opresión.
El término “woke” resurgió como una fuerza arrolladora durante el auge del movimiento Black Lives Matter (BLM), especialmente tras el asesinato de Trayvon Martin, un joven afroamericano de 17 años que fue asesinado el 26 de febrero de 2012 en Sanford, Florida, por George Zimmerman, un voluntario de una patrulla vecinal. La indignación pública por su muerte y la posterior absolución del agresor avivaron un profundo debate nacional sobre el racismo estructural y la violencia policial en Estados Unidos, provocando que la expresión “stay woke” (mantente despierto) se convirtiera en un lema central de lucha y resistencia.
A partir de ese momento, “woke” dejó de ser un término marginal dentro de la comunidad afroamericana y se convirtió en un grito de conciencia social, utilizado para denunciar las múltiples formas de opresión que siguen afectando a los grupos históricamente desfavorecidos. Más allá de su significado original, el concepto adquirió un alcance más amplio al abarcar no solo el racismo sistémico, sino también la violencia policial, la desigualdad económica, la discriminación de género, la homofobia, la transfobia y otros mecanismos de exclusión social profundamente arraigados en las estructuras de poder.
En las protestas masivas que siguieron a la muerte de Trayvon Martin, que luego se intensificarían tras los asesinatos de Michael Brown, Eric Garner, Breonna Taylor y George Floyd, la idea de “woke” se consolidó como un estado de alerta inquebrantable frente a las injusticias cotidianas que enfrentan las comunidades racializadas en Estados Unidos. Ser “woke” no solo implicaba la existencia del racismo, sino que también desenmascaraba sus múltiples manifestaciones: desde la brutalidad policial hasta las políticas públicas que marginaban a ciertos sectores, desde la representación desigual en los medios hasta la criminalización de personas negras y latinas en espacios públicos.
Pero el impacto del término fue más allá del movimiento Black Lives Matter. Pronto, “woke”se convirtió en una consigna global adoptada por diversos movimientos sociales que luchaban por la equidad de género, los derechos LGBTQ+, la justicia migratoria, el cuidado del medio ambiente y la abolición del sistema carcelario racista. El término comenzó a simbolizar el compromiso moral de mantenerse con los ojos abiertos ante la opresión en todas sus formas, desafiando las narrativas oficiales que buscaban perpetuar la desigualdad bajo la apariencia de normalidad.
Así, ser “woke” pasó a significar algo mucho más profundo: era un estado de conciencia radical, una negativa absoluta a aceptar las estructuras tradicionales de poder como inamovibles y una disposición contante a señalar, cuestionar y desmantelar cualquier forma de injusticia. Lo que en los años treinta había surgido como un llamado a la vigilancia frente al racismo, ahora, en el siglo XXI, se transformaba en una postura política intransigente contra todas las formas de opresión sistemática, convirtiéndose en un estandarte global de resistencia y transformación social.
Hoy en día, el término “woke” se encuentra profundamente polarizado, cargado de significados contradictorios que reflejan las tensiones culturales y políticas de nuestro tiempo. Para algunos, ser “woke” representa un compromiso ético con la justicia social, un estado de conciencia crítica frente a las desigualdades raciales, económicas, de género y de identidad. Es, en esencia, mantenerse despierto ante cualquier forma de opresión y trabajar activamente para desmantelarla.
Sin embargo, para otros, “woke” se ha convertido en un término despectivo, asociado con un activismo radical, censura ideológica o la imposición de agendas progresistas que, según sus detractores, amenazan la libertad de expresión o intentan moldear el pensamiento colectivo. Este choque de interpretaciones ha convertido a “woke” en un concepto polémico, donde la línea que separa la conciencia social del dogmatismo ideológico parece desdibujarse cada vez más.
Así, lo que alguna vez fue un llamado legítimo a mantenerse alerta ante la injusticia, ahora es utilizado como bandera por unos y como arma por otros. La disputa sobre el verdadero significado de “woke” refleja, en última instancia, un conflicto más profundo: el choque entre distintas visiones del mundo, donde lo que para algunos es un acto de resistencia y dignidad, para otros es una amenaza a las estructuras establecidas. Quizá, entonces, la verdadera cuestión no es lo qué significa “woke” en términos lingüísticos, sino en quién tiene el poder de definirlo y para qué fines.