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Adrenalina y Sexo

El vaivén del tren se estaba haciendo insoportable, por el calor que el vagón encerraba comencé a sufrir los estragos del cansancio. Por más esfuerzos que hacía para mantenerme despierto finalmente el sueño me venció. Con los ojos cerrados iba contando el número de estaciones que faltaban para llegar a mi destino.

ensuenos_marConté una, dos, tres paradas; la siguiente sería Hidalgo; allí el metro se llenaba a toda su capacidad. Desperté cuando sentí presión sobre mi hombro izquierdo; un muchacho de edad aproximada a la mía se apretaba inevitablemente contra mi hombro empujado por el tumulto que trataba de mantener el equilibrio cada vez que el metro se movía.

Me estremecí al notar que podía sentir claramente el bulto de su entrepierna. Cada que el metro aceleraba o frenaba, sentía ese miembro rozar contra mí. Por el reflejo en la ventanilla del vagón pude definir sus rasgos. De estatura mediana, esbelto, moreno de ojos grandes y claros. La camiseta que llevaba puesta dejaba al descubierto sus musculosos brazos. Por debajo de la tela se dibujaban apenas un par de tetillas. Por llevar levantado un brazo para asirse del tubo, su camiseta dejaba al descubierto un camino de vellos oscuros que sobresalían del elástico de su calzón que se asomaba por encima de su pantalón.

Me di cuenta que miraba hacia abajo con insistencia y se pegaba más a mi cuerpo; no se había dado cuenta que yo lo veía por el reflejo de la ventana. Empujé mi hombro hacia él hasta que sentí que su miembro comenzaba a engrosarse; fue en eso cuando se percató que lo estaba viendo por la ventanilla y el color le subió al rostro. Trató de separarse pero la gente seguía apretujándose sin darle oportunidad a moverse.

Cuando llegamos a la estación a donde me tocaba bajar, me levanté y tomándolo por la cintura acerqué mi rostro a su oído y le pedí permiso para pasar; elevé un brazo y dejé que mi mano rozara levemente su pecho. Su mirada parecía decirme algo; me di la vuelta y caminé hasta quedar fuera del carro. Tomé la escalera eléctrica y volteé a ver si me había seguido pero no lo ví; cuando había llegado casi a la salida escuché una voz detrás de mí:
-Oye, ¿No sabes qué línea debo tomar para llegar hasta Potrero?
Volteé y con emoción advertí que era él; me había seguido y estaba utilizando el viejo truco de andar perdido, pensé.
-Toma la línea Verde. Le dije.

Conversamos un poco y nos presentamos. Me dijo que su nombre era Bernardo; tenía pocos días de haber llegado a la Ciudad de México y todavía le costaba trabajo orientarse. Lo invité a tomar un café, y accedió.
Resultó ser un buen conversador, abordamos temas variados; sin embargo me tenía hipnotizado con sus gestos y movimientos que hacía al hablar; tuve que esforzarme para no verlo directamente cuando, al cruzar las piernas, el frente de su pantalón se abultaba de forma obscena mostrando la forma cilíndrica de su miembro.

En más de una ocasión se llevó la mano a la entrepierna para acomodar el paquete, mientras me lanzaba una mirada y sonreía maliciosamente.
Aprovechando la tranquilidad de la noche decidimos caminar; llegamos hasta la Alameda Central. Había poca gente en la calle esa noche; nos fuimos a una banca para seguir conversando; no pude resistir la tentación de sentarme muy cerca de Bernardo, mi pierna tocó la suya y él no hizo el intento de alejarse; por el contrario, se pegó a mi cuerpo como si tuviera frío. Pasé una mano por detrás y se la coloqué discretamente en su hombro. Lo sentí estremecerse y dejó de hablar; volteó su rostro y me miró fijamente; sus carnosos labios eran una tentación difícil de soportar. En un arranque de osadía pegué mi boca a la suya para robarle un beso; sus labios entreabiertos aceptaron la caricia. A pesar de ser una noche solitaria no quise correr riesgos; le pedí que me siguiera.

Lo llevé hasta un callejón oscuro para poder besarlo libremente. Lo atrapé entre mis brazos y dejé que mis manos recorrieran su espalda mientras mis labios libaban el néctar de su boca.
Le levanté la playera y me aferré a sus pezones; los mordí con pasión mientras sentí cómo Bernardo temblaba por el deseo que lo iba consumiendo. Sus manos hurgaban por el frente de mi pantalón; bajó el cierre e introdujo una mano hasta hacer contacto con la daga ardiente que palpitaba en mi entrepierna; después de acariciarlo por unos segundos sacó su mano y se llevó los dedos hasta su boca para paladear el néctar pre-seminal de mi miembro.

Por mi parte yo me encontraba entretenido en descubrir el paquete que tanto había llamado mi atención. Con habilidad desabroché su pantalón y se lo bajé a media pierna. Su calzoncillo parecía ceder ante la presión que su protuberante erección ejercía.
Me hinqué frente a él y comencé a lamer su miembro por encima de la tela; después coloqué mis manos a ambos lados, le bajé el calzón y finalmente pude admirar la belleza de su columna que palpitaba amenazante cerca de mi rostro.

Mi olfato se vio invadido por el tan sutil aroma masculino que su cuerpo despedía. Entreabrí los labios hasta hacer contacto con la punta; con la lengua comencé a lamer cada centímetro de carne viva mientras sentí las manos de Bernardo aferrarse a mi cabello, empujando su pelvis contra mi rostro para introducirse hasta lo más profundo.
Por unos minutos lo seguí torturando hasta que noté que iba perdiendo el control; entonces le di la vuelta y le pedí que colocara sus manos contra la pared y separara las piernas; mis dedos buscaron ansiosos aquel punto de entrada al paraíso carnal; con delicadeza le fui introduciendo un dedo y después otro; cuando lo noté suficientemente relajado me enderecé, metí una mano en la bolsa de mi pantalón y saqué un condón. Me lo puse sin pérdida de tiempo y me coloqué detrás de él. Poco a poco le fui enterrando la punta y me fui abriendo paso a sus entrañas. Su cabeza se contorsionaba al momento que sentía cómo lo iba poseyendo.

Cuando lo creí prudente empujé la pelvis hacia enfrente para introducirle de un jalón toda la masa de carne que tenía destinada para él. Sus piernas temblaron ante la arremetida, su cuerpo se sacudió y su boca comenzó a emitir gemidos de puro placer.
Con los pies bien plantados en el piso lo ataqué una y otra vez sin misericordia. Bernardo parecía no tener llene, pues entre gemidos ahogados me pedía que le diera más y más.

Para alargar un poco la satisfacción me concentré en otras partes de su cuerpo que también pedían atención. Le pasé mis manos hacia enfrente para acariciar los músculos de su pecho y su abdomen. Las bajé hasta hacer contacto otra vez con su palpitante erección que estaba a punto de explotar.
Bastaron sólo unos segundos para sentir cómo su cuerpo comenzaba a convulsionarse y su cabeza se hundía entre mi cabeza y mi hombro. La furia contenida del volcán cedió ante la estremecedora pasión; en mis manos pude sentir claramente cada chorro de lava que era expelido con fuerza hasta alcanzar el muro de ladrillo. Las contracciones de sus entrañas sobre mi miembro me condujeron sin control al inminente orgasmo; justo cuando sentí la última contracción de su cuerpo mi miembro comenzó a arrojar de forma impetuosa su preciada carga; al primer disparo lo precedieron seis o siete igual o más potentes que fueron depositados en los confines de su interior. A pesar de lo incómodo de nuestra posición mi boca buscó su boca y nos besamos por largo rato mientras recuperábamos la respiración.

Un ruido de alguien que se acercaba nos devolvió abruptamente a la realidad. Con rapidez nos separamos; nos acomodamos la ropa y salimos de nuestro rincón oscuro.
Esa noche fue el inicio de una relación que se caracterizó por encuentros furtivos llenos de emoción y atrevimiento. Nos gustaba tener sexo en los lugares más inusitados complementando nuestra excitación con esas descargas de adrenalina que nos producía el miedo a ser descubiertos.